1. La dermatilomanía como concepto
No voy a soltar una definición de dermatilomanía desde un punto clínico, sino íntimo: ver al microscopio tu piel, observarla muy, muy de cerca e hincarle los dedos y las uñas compulsivamente. Se vuelve, absolutamente, en los inicios de la condición o enfermedad, tu núcleo de vida.
No soy profesional de la salud mental, pero no creo que vaya muy equivocada al pensar que deriva de otro trastorno, el obsesivo compulsivo, puesto que hay personas que no soportan ver tachones de bolígrafo en los apuntes de un folio. Y esa misma IMPERFECCIÓN que ves en el tachón, tiempo después lo trasladas a tu piel; y te deshaces del defecto arrancando el trozo. Como hacían antiguamente las gomas de boli, quitar un pedazo de papel al pasarlas.
Ligado a la dismorfobia corporal, fronterizo con la tricotilomanía y la anorexia, y de relación directa con comerse las uñas o morderse los labios. Estas dos últimas, mejor vistas por ser acciones compulsivas masivas y comunes.
Intuía que era una experta en la estructura, morfología, anatomía y composición de mi piel. Pero vino la inteligencia artificial a corroborarme que sabía más que una doctora en dermatología, cuyos estudios duran diez años. Durante mucho tiempo y muy de cerca había observado y diseccionado cada capa de mi piel.
Y ahora bien, hay dos puntos clave: ¿por qué iniciaste la compulsión y el ritual? Y, aunque sea crónico, ¿puedes dejar de hacerlo y convivir con ello?
2. Testimonial
En mi caso, por ejemplo, fui a un instituto con mal profesorado en el último año de bachillerato, donde elegí unas optativas y me asignaron todas las contrarias a las elegidas, porque, según ellos, era tan inteligente que podía hacer cualquier cosa. Eso es lo que importan los alumnos, a los profesionales con vocación en la docencia.
Si englobamos esta sección, los comienzos de la dermatilomanía se inician y desembocan en una gran soledad.
Soledad, en parte sobrevenida por un mal círculo de amistades superficiales y un desamor que se fue a otro continente a estudiar ese curso. Soledad que se ha convertido en un virus contagioso, más allá de dos décadas y un lustro después de mi historia.
Recuerdo con 16 años estar palpando táctilmente mi piel, de pie en mi habitación, con la yema de los dedos pasando una y otra vez por toda la superficie del rostro. Incidía en zonas concretas donde notaba más socavón o más abultamiento, en un cutis que aún rozaba la perfección, y empezaba a maquinar en mi cabeza: “si me hago una herida, » seré una pobrecita» , y ya no tendré que afrontar esa vida, ese día a día que tanto me disgusta”. Pero aquello era el subconsciente; no creáis que era un plan premeditado.
Y si la dermatilomanía es la causa primitiva, entonces el acné severo sería otro motivo secundario por la que se activa: una afección de la piel que convive con la dermatilomanía y que ayuda a comprender mejor la manipulación de la piel.
Algunas mujeres con acné severo, donde la presión social las empuja a querer estar perfectas y desarrollar una dismorfobia similar a la de las pacientes de dermatilomanía con una piel aparentemente sin imperfecciones. La diferencia es que, en las primeras, la causa es real, y en las segundas, se inventan las imperfecciones. Es psicótica: ven el mínimo detalle, invisible para los demás, de lo diminuto que es.
Cuando dejé de usar cosméticos que cubrían mis lesiones, tuve que inventar excusas, como decir que había tenido un accidente en moto, porque de la cara; la compulsión pasó al resto del cuerpo. La gente deducía equivocadamente que tenía un acné severo y me lo había reventado, haciéndome socavones. Y no voy a exagerar diciendo que me había saltado aceite hirviendo en la cara, porque sería demasiado, pero desapercibida no pasaba.
¿Y en qué se traduce todo esto para una persona afectada por dermatilomanía? En los primeros años, en estar sin dormir más de veinte horas observando la piel de la cara frente a un espejo, y la del resto del cuerpo directamente, con los ojos a un milímetro de distancia: las piernas, el pecho, los hombros… con posturas imposibles, que no haría ni el mejor contorsionista. Entonces esas imágenes se clavan en tu cerebro. Ese vello, ese sebo, esa manchita lunar. Uf, se me ha partido un vello con la pinza de depilar. Tengo que terminar sí o sí con ello. Si no, el día está pasado por agua. Ya no puedo vivir con eso en mi piel. Aunque sea una misión imposible, voy a terminarla… y acabas arrancándote un folículo piloso haciendo una presión con una fuerza descomunal extrayéndolo de cuajo.
Esa manchita —el lunar— y un largo espectro de sombras o relieves que das por hecho que no son parte de la estructura de tu piel. Porque, aunque sepas que son naturales, una vocecita te dice que no tienen que estar ahí. Y acatas automática e involuntariamente la orden.
Y cuando sales del trance, empiezas a notar el dolor de las heridas, a limpiarte la sangre, y a no poder concentrarte en nada más en todo el día, porque estás pensando si los demás te están observando, viendo la escabechina que te has hecho por todo el cuerpo, sobre todo en la cara.
El mismo día que te inicias el destrozo en la piel se nota algo menos, pero días después, cuando salen las costras y los moretones, te cuesta hasta respirar.
Y aun así, no creas que esto es un freno. ¿Qué va? Vuelves. Diría que en mi adolescencia, cada cuatro o cinco horas, estaba arrancando el principio de las costras. Tampoco tenía respeto por mi cuerpo, ni por la función de protección que tiene la piel y, sobre todo, por lo bien que había funcionado regenerándose, herida tras herida, sin haber tenido ni una sola infección en años.
Y esto es especialmente crudo, porque recuerdo que en los inicios fui tan bestia —aunque sé, y no quiero dar ideas, que hay personas que usan otro tipo de herramientas— que yo me igualaba la piel de la cara frotando con una lima de uñas para alisarla. ¿Sabes? Manda huevos.
Porque en tu día a día tienes que dar la cara.
¿Cómo enfrentas un instituto, una universidad o un trabajo con esto? ¿Y una pareja? ¿Y unos amigos? Da igual, porque aunque lo expliques, no te entienden. Y lo mal que lo pasas para que dejen de sangrar las lesiones y de echar agüilla, solo para poder cubrirlas con la máscara del maquillaje. ¿Y lo que escuece? ¿Y cuando la zona más afectada es la nariz, y tienes que echar tanta masa que parece cuatro veces tu nariz? Ay no, digamos que, en tu peor época, también te pueden llegar a preguntar si tienes activa la varicela o el sarampión.
Da igual todo, porque aunque se lo expliques a la gente, no lo entienden.
Y los más cercanos piensan que tal brutalidad, tal resultado final, es falta de fuerza y de voluntad. Porque total, solo tienes que parar tus manos, ¿no?
3. ¿Qué pedimos a las instituciones?
En España, las clínicas, psicólogos y psiquiatras especializados en dermatilomanía son escasos o directamente nulos. Ni siquiera están familiarizados con el concepto.
El primer libro que compré sobre el tema es el diario de una mujer estadounidense, una veinteañera con dermatilomanía. Fue allá por el año 2004, cuando por aquel entonces el fuerte de Amazon eran los libros, la música y la electrónica, y no era el gigante que es ahora. Y lo menciono porque no había otra plataforma que lo comercializara y me lo trajera a mi ciudad, salvándome en ese momento de mi propia incomprensión y de la soledad.
Llegados a este año, hay mucha más información, sobre todo en plataformas como YouTube y, en concreto, TikTok. Sigue sin haber ninguna española, pero sí bastante contenido internacional: algunas brasileñas, del norte de Europa, especialmente alemanas, algunas francesas y, por supuesto, muchísimas americanas, que son las que más visibilidad están dando a esta condición.
Me pareció leer que la autora participa activamente en la asociación que hay en EE.UU sobre dermatilomanía, viajó y se reunió con otras afectadas por la condición. La autora se casó y consiguió frenar bastante la condición para tener una vida lo más funcional posible.
Hay muchas guías y manuales que, en realidad, no sirven para nada más que para sacar dinero. Igual que no existen productos milagrosos que cubran las lesiones o las curen en ocho horas.
Es tremendo, porque aun viendo a personas en TikTok que se graban justo después de haber pasado el trance, con las lesiones abiertas y recientes, me identifico con su dolor, pero no me identifico con su imagen. Y esto es muy fuerte. Cuando yo misma me he considerado la niña del exorcista mil y una veces.
De las pocas veces que he ido al psicólogo, una profesional de la salud mental de la ONCE me pidió que me dibujara, que plasmara cómo me veía yo misma. Y cuando me dibujé, no dibujé las lesiones. Curioso, ¿verdad?
Llegados a este punto, ¿ cómo vamos a recibir apoyo si ni siquiera se reconoce la enfermedad? Lo que pedimos es claro: unidades especializadas públicas, donde las personas con dermatilomanía puedan ingresar al menos un mes. Centros donde estén supervisadas, donde puedan curar sus heridas físicas y empezar a sanar las mentales. Que existan protocolos específicos. Que salgan con pensamientos distintos a los que entraron: sobre su piel, sobre su ansiedad, sobre la sociedad, sobre su cuerpo, sobre la vida.
Porque una persona con anorexia puede perder la vida si su corazón falla, si pierde elementos esenciales para la subsistencia como el hierro o el potasio. Pero nosotros vivimos con un doble filo. Si se nos infecta una herida, podemos morir o, en el mejor de los casos, perder una parte del cuerpo por amputación.
Y, además, tenemos que cargar con el juicio de los demás, porque estéticamente lo nuestro está mal visto. Mientras tanto, la delgadez extrema, aunque sea igual de autodestructiva, sigue estando socialmente aceptada.
Así que, por favor, firma aquí si quieres que los Centros de Salud Públicos tengan unidades especializadas y profesionales en esta enfermedad tan desconocida y que afecta a tantísima gente: más del 6 % de la población mundial, y la gran mayoría de raza blanca.
También te pedimos que hagas una donación del importe que tú desees para poder crear una asociación en España para la dermatilomanía. Esto permitirá organizar reuniones, viajes y ofrecer todo tipo de recursos, así como unir a profesionales con carácter internacional y traducir toda la información y manuales al castellano.
4. ¿Cómo tratar de superarlo?
Recuerdo cómo tratar de superarlo en los inicios de la gravísima dermatilomanía, que además tenía agudizada. En aquel entonces vi la película La máscara de hierro y dije: “Coño, me pongo un pasamontañas”. Por supuesto, los guantes de algodón siguen siendo un consejito de los santos griales que venden como solución. Pero evidentemente, nada de esto funcionó.
Todos los Manuales que se venden, mayoritariamente en inglés, absolutamente no sirven: “Ponte uñas postizas, entretente dibujando, usa parches hidrocoloides para granos, tapa los espejos, baja las luces…” No, el cambio tiene que ser mucho más profundo e integral.
Yo misma pienso que cualquier tema de salud física o mental siempre se convierte en un negocio, pero realmente, para mantener todas las acciones posibles conjuntas y ser activos en la causa, por desgracia son necesarios los recursos económicos. En este artículo periodístico se publicarán periódicamente pequeños manuales a un precio simbólico para su descarga. Y no dudéis ni un momento: ese dinero no va a ir hacia otra cosa que no sea la causa.
Porque, en primera persona, soy la más interesada en erradicar la dermatilomanía. Me niego a pensar que sea crónica. Entonces, necesitamos investigación, formación de personal y necesitamos que haya instituciones y profesionales en España especializados en la dermatilomanía.
Así que no dudes en firmar y en dar tu pequeño aporte en forma de donación aquí. Y, por favor, no dudes en comentar este artículo y en pedir ayuda a través de él. Si veo que hay muchas personas afectadas, se abrirá un soporte 24 horas a través de grupo WhatsApp o chat.